Cuando llegue a Alemania hace seis meses y todavía estaba de luna de miel con este país observaba atentamente todo y especialmente a su gente. Podía hacer esto fácilmente en los medios de transportes populares y pronto descubrí reflejado en los rostros lo que yo mas extrañaba de mi México, la amistad.
Me hacia falta como el aire y era tan difícil olvidar y dejar de sentir ese vacío interno que el extranjero invisiblemente lleva por dentro. La descubrí en el tren y en los buses cuando llegábamos a estaciones y el tren paraba. De repente en el anden se veía una persona con una gran sonrisa y alguien se bajaba del tren a darle dos besos o encontrarse ante un abrazo lleno de amor y aprecio, eran amistad. Algunas veces se encontraban dentro del tren y se hablaban como si se conociesen de años, reían y hablaban en un idioma todavía desconocido para mi.
Aparte de los reencuentros, observaba sus despedidas, algunas veces se quedaban paradas en el anden viendo como el vagón que llevaba su amiga se alejaba lentamente y se quedaban allí paradas despidiéndose con las manos, con la mirad y el rostro lleno de alegría y anhelo de encontrarse pronto otra vez.
Yo les miraba callada añorando eso, como el pájaro añora al viento para jugar en el, o el árbol necesita tierra negra y agua para estirarse y subir hasta un cielo azul, o rojo, o gris y sentirse vivo y fuerte. Yo me sentía frágil, tenia mi familia y ese amor incondicional de mis hijos y un esposo que me amaba bajo noches estrelladas pero ¿y la amistad? ¿y las conexiones del corazón donde había quedado? ¿y cuanto tiempo tomarían en formarse? Todo eso me preguntaba en las noches de silencio en casa.
Mi experiencia previa en el campo de la amistad me decía, meses, tal vez años y el tiempo pasaba lentamente y lo único que me sostenía era mi pasado. ¿Si Dios me las había dado antes, me las podría dar ahora, sin yo hablar alemán? Lo único que pude hacer fue orar por eso, por amigas.
Ayer me he subido a un bus que me llevaba a la estación del tren y por la ventana vi a mi amiga Aya que me miraba con ojos llenos de sonrisa y no soltó su mirada de la mía hasta que el bus desapareció en la calle helada. En ese instante algo muy lindo paso dentro de mi, porque lo había encontrado, había encontrado ese momento mágico que observe silenciosa por meses en lo demás deseando que fuese mío.
A Aya la conocí en la clase de alemán y es mi amiga musulmana. Siempre nos sentamos una al lado de otra, y nos ayudamos con tareas, con lápices o borradores, al principio hablábamos poco, pero le conté de mi amor por la comida árabe y como me gustaría que me enseñara a hacer falafels. Falafels son unas albóndigas hechas de garbanzo que aquí venden en todas las esquinas adentro de un pan árabe muy sabroso, les llaman “Donner” y las tienditas donde los venden son muy parecidos a los taquerías de México que encuentras en cada esquina.
Cuando le conté mi deseo, ella me sonrió y sentí que cierto amor y admiración se destilaba por sus ojos. ¿Yo una mexicana quería aprender de su comida? Me dijo que el siguiente día iría a mi casa. No esperaba que me dijera eso. Yo esperaba que me dijese como los mexicanos lo hacen “un día de estos” y queda como una frase en el infinito incierto de un futuro lejano.
Pero cuando me dijo mañana me emocione demasiado y recordé con un poco de tristeza que no podía recibirla en casa porque tenia cita de los niños a su terapia y le tuve que decir una fecha de la semana siguiente, justo ese día ella se enfermo de una muela y tuvo que ir al dentista. Pero nuestros planes eran firmes. Y cada día que pasaba reíamos mas en clase, tratábamos de hablar un poco en alemán y aprendí a recibirla en clase con dos besos como las alemanas, o con un rose de manos o una gran sonrisa y ella lo hacia igual conmigo.
Las vacaciones de navidad se acercaban y fueron la excusa perfecta para citarnos en su casa. Para mi fue todo una aventura ir a su casa, pues nunca había ido sola a ningún nuevo lugar de Berlín que no fuera de la mano de mi esposo. El era mi guía y protector en esa maraña de trenes de Berlín. El día que salí decidida con un mapa en la mano y con un poco de angustia, le dije con una voz infantil dije al salir de casa:
“¡Hay, mi amor! Espero no perderme” El me respondió medio sonriendo:
“¡Ya era hora!” Y yo me fui de la casa con una carcajada.
Realmente soy muy desorientada y aventurarme en la ciudad era como aventurarme en una selva de concreto demasiado complicado para mi mundo cerca del campo y las montañas vírgenes de México y este corazón de niña de pueblo.
Me lleve el teléfono inteligente con suficiente pila y el mapa de google bien abierto, mi flechita azul se movía lentamente mientras mi tren avanzaba y yo estaba muy feliz que no me iba a perder con tremenda tecnología. Pero de repente mi teléfono se quedo sin internet y no quiso continuar guiándome y yo me quede solo con la dirección de mi amiga en la mano y el numero de bus que tenia que tomar para llegar a su casa en la mente. Busque la estación de bus y espere el bus indicado.
Llegue triunfante a un grupo de edificio grises como de 6 pisos y la escribí por what’s up para decirle que estaba abajo y ella me abrió su ventana y me saludo desde arriba y por primera vez le vi el pelo.
La mayoría de mujeres musulmanes en Berlín siempre se cubren el pelo con diferentes tipos de burkas y yo a Aya siempre la había visto cubierta. Me alegro verle el pelo cuando me abrió la puerta, se veía mas mujer, mas real y mas abierta, y mas occidental. Vestía pantalones jeans y una blusa, podría pasar fácilmente por latina.
Y me recibió con un gran abrazo y una sonrisa que iluminaba el departamento que me pareció oscuro. Me condujo hasta la sala donde me quite el abrigo, la bufanda y descargue mi bolsa. No hablábamos en un alemán entrecortado y mal hablado de las dos. Éramos inmigrante y ella hablaba árabe, yo español e ingles, pero esos eran idiomas desconocidos para ella mi amiga Siria y nuestro único puente era el idioma del país anfitrión Alemán.
Me dirigió hasta la cocina y cocinamos y reímos a mis falafels mal hechas. Después de comer y ella haber alimentado a sus cuatro hijos y esposo, nos sentamos a charlar, y tuvimos que usar nuestros teléfonos como traductores para contarnos las cosas del corazón.
“¿Eres originalmente de Siria?” Le pregunte.
“Bueno mis padres son Palestinos y por lo tanto yo también, pero realmente crecí en siria desde que tenia como un año”
Le pregunte de la guerra en Siria y me relato con angustia en los ojos de la bombas, de su embarazo y la separación de su esposo que había durado un año y ella estaba sola con sus cuatro pequeños en medio de tiroteos terribles e indiferentes a los miedos de una madre.
“Los niños lloraban todo el día, oyendo los tiroteos.” Le vi los ojos vidriosos y le pregunte con compasión:
“¿Cuan lejos estaba el fuego de tu casa?”
Me tomo de la mano y me llevo a la ventana y desde lo alto señalo un edificio que estaría a unos 800 metros. La abrace y hubo un silencio.
“¿Como te sientes en Alemania?”
“Estoy agradecida que mis niños tienen paz, tienen escuela y ya no lloran. Pero no puedo de dejar de pensar en mis padres, en mis suegros, en toda la familia que quedo allá atrapada. Mi cuñado por ejemplo tiene a su esposa allá todavía, y ha esperado ya casi por dos años. Aquí en Alemania todos los sirios estamos esperando, todos esperamos, esperamos, esperamos…” Resalto la palabra mirando en el olvido o tal vez la fotografía mental de su familia y su boca se le lleno de suspiro, de deseo, de añoranza.
Mi corazón se me revolvía por dentro, y pensaba en mi familia también, que aunque lejos no estaban atrapados en una guerra como aquella que me relataba mi amiga, descubriéndome todos sus sentimientos que cargaba cada día a clase y que se sentaban a lado de mi cada día silenciosos sin yo darme cuenta.
“¿Y con quien pelean los Sirios?” Pregunte como si no lo supiera, pero quería una respuesta propia de una nacional, de una siria.
“Los sirios, pelean con todos, me nombro varios países y me dijo con una media sonrisa mas bien; ¿con quien no pelean los sirios?”
“¿Quisieras quedarte aquí en Alemania?”
“Por mis hijos tal vez si, pero no lo se aun, tal vez si termina la guerra me gustaría regresar, allá tengo una linda casa, esta mi familia.”
“¡Aquí podrías estudiar!”
“Si pero tengo que aprender Alemán.”
“Todos tenemos, ¡Deutsch Deutsch Deutsch, Rightich!” le dije imitando a la maestra y nos reímos a carcajadas por un momento.
La pesadez del cuarto cambio y entones le pregunte por su iglesia.
“¿Aquí vas a la mezquita?”
“Hay veces, pero es mas para hombres”
“¿Las mujeres no pueden ir?”
“No si, mira este es mi vestido de oración” Rápidamente se puso una falda que le llegaba hasta el tobillo y algo como un tipo burka muy grande por la que Aya saco su cara, sin pelo, la burka le cubría totalmente el dorso, donde desaparecían las curvas propias de una mujer. Mi amiga en un segundo se transformo en musulmana.
Se quito sus vestido de oración y nos dirigimos a la sala y charlamos de cosas mas ligeras, de los niños, de la esperanza de trabajar algún día, de planes futuros que todo inmigrante añora al llegar a un nuevo país del primer mundo. Yo los conocía muy bien, pues cuando apenas tenia veinte años había emigrado a Norteamérica. Veía un poco de mi en ella.
Entonces lentamente supe que mi hora de regresar a casa había llegado. Ver tantos niños a mi lado me recordó a los míos y una madre como yo no puede perderse en las calles de Berlín por mas de tres horas, si que mis pequeños empiecen a necesitar algo, comer, amor, atención, mama”
“Me voy, tengo hijos esperando, ¿acompáñame al bus?” le pedí con una sonrisa, “para que me digas cual debo tomar.”
“Me tengo que alistar” me dijo.
“Te espero”
Vino a la sala con la burka para cubrir su pelo y vi como se ponía dos o tres cosas en el pelo, algo como elástico que me parecía una pantimedia para el pelo que lo hacían hacia atrás, luego con rapidez puso su burka y ahora se veía muy musulmana. Todo su pelo cubierto y su hermoso rostro sirio listo para enfrentar al mundo de afuera.
“Algún día quiero que vengas a México a visitarme”
“Los palestinos, no podemos viajar, me dijo mirándome a los ojos con tristeza” Su mirada era intensa y dolorosa.
“¿A ninguna parte?”
“Básicamente no.”
“Pero y ¿porque?” le dije incrédula.
“El mundo nos considera peligrosos”
Cuando dijo esto, sentí que una ola de enojo mezclado con una intensa tristeza y un deseo de justicia me invadía.
Pero ¿como era que ella mi amiga era tratada así? Ella con la que había reído, con la que había llorado conmigo, con la que me había enseñado a cocinar falafels, con cuatro niños preciosos, una madre como yo, que lo único que quería era aprender alemán, adaptarse a este nuestro nuevo mundo, tan ajeno al nuestro.
Ella que quería todo lo mismo que deseamos los seres humanos, una familia, ser amada y aceptada a pesar de sus diferencias. Ella mi amiga que lloraba recordando las bombas como cada uno de nosotros lo haríamos si hubiésemos estado allí. Ella que me había hablado del miedo, del horror de la guerra, de los niños muertos que había matado los soldados.
Siria para mi ya no era una noticia en otro mundo que se veía solo por el televisor, Siria era ella mi amiga aquí a mi lado en su casa, comiendo su comida y sintiendo su calor y sinceridad en sus palabras.
Por ser Palestina entonces, ella no podía venir a México, nunca podría yo ofrecerle de mi hospitalidad Mexicana allá, nunca podría invitarla a mi casa a dejarle comer mis tacos mexicanos, ni mi jugo de naranjas fresco con naranjas de mi jardín. Por ser palestina estábamos negadas a ese privilegio.
Entonces vi a Alemania con ojos diferente, con los ojos del refugiado. Alemania se convirtió un gran país, Angela Merkel una gran mujer. Este era el país que le había abierto las puertas a los que el mundo rechazaba, no solo había abierto sus puertas también los brazos y hacían lo que una familia hubiera hecho con hermanos de sangre y hueso, mientras encontraba adaptarse la sostenían financieramente.
Hoy hay una gran controversia aquí en Alemania acerca de mis hermanas las Sirias, después de la bomba que estallo en el mercadillo navideño la semana pasada aun mas. Pintan a Merkel con sangre en las manos y la cara, pero ellos no saben lo que yo vi en la casa de mi amiga Aya, no ven la oscuridad, ni el miedo, no ven el dolor, ni las lagrimas, ni la confusión, ni la añoranza de un mundo mejor. No ven la humanidad que todos llevamos a flor de piel. Ellas como yo, no quieren mas muertos, ni mas lagrimas, ni mas dolor, ni aquí, ni en Siria.
Quiero creer que Merkel y muchos al lado de ella vieron todo esto, y Dios le dio la sabiduría suficiente para influenciar al parlamento, para influenciar a los dirigentes, para influenciar los partidos político de esta hermosa Alemania. Oh Alemania has compartido tu gran riqueza con los despojados. Le has dado la oportunidad de vivir, de soñar, de ser capaces de alimentar a sus familias, de amar, de vivir en medio de la paz y sobre todo les das la oportunidad para crecer.
Esta crecimiento y transformación de ellos mis amigos los sirios serán milagros en la vida cotidiana de la gente en estos próximos años. Podrían ser vistos por mas de nosotros si haciendo a un lado nuestros prejuicios abrimos un pedazo de corazón para seguir creando puentes. Para tal vez crear amigos, para cohabitar juntos y en armonía en un pedazo de tierra bendita por Dios.
Oh Alemania ¡eres grande!. ¡Ojalá y nunca dejes de serlo!.