Era un diciembre frío y la niebla cubría el cielo haciendo el vuelo del capitán Wincapaw mas difícil. Lo único que alcanzaba a ver era la punta de sus alas. Mientras bajaba con cuidado pudo identificar en la lejanía la luz del faro cercano a su pista de aterrizaje. Admiraba a los fareros, siempre fieles a su puesto, aunque sus noches fueran largas y solitarias, se podía contar con su fidelidad hacia la luz.

El capitán llevaba en su avioneta a un hombre herido. El hombre era un náufrago cuyo pequeño bote había sido arrojado contra las peñas de la costa de New England y que el farero en su bote salvavidas había salvado de las aguas frías y turbias en ese diciembre lleno de tormentas. Wincapaw era un piloto dedica a rescatar a enfermos o heridos en la costa y era uno de esos hombres fieles que no importando las condiciones inclemente del tiempo, viajaba a rescatar a los diferentes hombres en necesidad urgente de cuidados medicos y trasladarlos al hospital mas cercano.

En esas noches difíciles cuando la claridad era poca, muchas veces se dejaba guiar por las luces de los faros allá abajo en la costa de New England. Sabía que muchas veces los fareros en lugar de estar con sus familias, para celebrar un cumpleaños, una navidad, o un día de acción de gracias, se sentaba solitarios a mantener la luz prendida, los vidrios limpios y la mirada atenta para ser una guía a los barcos o el rescate de un náufrago.

Después de su aterrizaje ese veintitrés de diciembre el capitán Wincapaw pensando en los fareros tuvo una idea. Al llegar a su casa decidió ir en busca de un traje de Santa Claus y comprar periódicos, revistas, café, galletas, dulces y pequeños regalos para los fareros de la costa. Era la navidad de 1929 cuando el capitán Wincapaw por primera vez después de despedirse de su familia voló a los diferentes faros de la costa a distribuir sus regalos. Los fareros las aceptaron muy agradecidos y con alegría de los detalles que disipan un poco la bruma de esos días solitarios cuando la mayoría deseaba estar con los suyos. Fue esa navidad en que el capitán fue bautizado como el Santa Claus volador. Para 1933, cuatro años después mas de 90 regalos habían sido recibido por los guardianes de la luz en esa larga costa.

La historia del Santa Claus volador me hace meditar en lo mejor de diciembre; el espíritu navideño, convertir días tristes en días luminosos, espacios vacíos en lugares llenos, días de peleas en días de perdón, días de soledad en días llenos de amor, días de indiferencia en días de gratitud.Se que este año va a ser distinto para muchos, tal vez millones de personas pasaran navidad solos, muchos recordaremos a esos valientes que se nos han ido en este año. Hemos perdido mucho, pero no hemos perdido la luz. Pensando en los fareros de la antigüedad cuando las luces no eran automáticas y dependían de los hombres es que pienso en lo que no se nos ha sido quitado este año y eso es la oportunidad de esparcir luz por medio de nuestras palabras.

Es mi deseo que nuestras palabras puede ser la luz de este fin de año, una carta, un mensaje, un regalo de amor a través de una tarjeta muy sincera puede inclusive hacer llorar de felicidad a tus amigos, a tu familia, a tus padres o hermanos, que, aunque estén lejos puedan sentirse conectados a ti con su corazón. Que lo mejor de la navidad quede entre nosotros; el amor de los que nos quedan, de los que se fueron y el que daremos a los que vendrán.

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