Una nieta descubre una caja escondida que la llevará a leer una historia olvidada enmarcada en eventos de una Colombia del siglo pasado. La historia es la de Ana. Ana emprende una fuga impulsiva por seguir al amor de su vida, ignorando que esta aventura descabellada la llevaría a atravesar juntos los años mas difíciles de un país en guerra. Viven de cerca los años conocidos históricamente como la “violencia”, los años mas sangrientos de Colombia. Luchan contra la pobreza, traición, muerte, locura, y el alcohol refugiándose en una selva que pronto sería infestada por guerrilleros, paramilitares y miembros del ejercito colombiano en plenos conflictos bélicos.  Una historia de amor, traición, perdón y esperanza que llevara al lector a través de una generación turbulenta en Colombia.

Ese es el resumen de mi nuevo libro. Sin embargo, hoy quisiera contar la historia de cómo nació.

Tenía casi doce años cuando me interesé por la revolución mexicana, como se interesan los niños por lo héroes de los libros. De acuerdo con mis maestros la revolución mexicana de 1910 era necesaria contra el gobierno de un dictador, y por eso el pueblo especialmente los pobres se habían levantado en armas contra él. Por lo menos eso fue lo que entendió mi mente infantil.

Por aquel entonces todavía estaba viva mi bisabuela Antonia quien había vivido los acontecimientos en primera persona, y aunque con los achaques acostumbrados de la vejez, tenia la memoria intacta. Fue en esos años que decidí que algún día escribiría un libro y con el cuaderno mas bello que tenía en ese entonces con un fondo brillante negro y unas flores rosas me dirigí a la casa de la bisabuela en mi ingenuidad de niña para recopilar las historias perdidas de la revolución.

 

Mi bisabuela era de origines indígenas y había salido de un pequeño pueblo con apenas trece años para casarse con mi bisabuelo. Siempre habían sido pobres y fue por eso que yo creí no había una mejor persona para describirme lo que paso que ella. Sus historias me conmovieron tanto, que mi desilusión por la revolución de Mexico fue rotunda. Los revolucionaros según me conto la bisabuela además de violar a las mujeres cuando llegaban a los pueblos chicos, recaudar comida a la buena o a la mal, se llevaban presos a los jóvenes para hacerlos soldados. Yo siempre pensé que todos los soldados habían sido voluntarios y la idea de que los poderosos los armaban para hacerlos luchar a la fuerza me pareció amarga.

Fue entonces que aprendí que la historia en los libros de historia, siempre la escriben los que ganan las guerras y que muchas de las verdades oscuras de estos quedan escondidas detrás de su victoria y algunas veces para siempre. Fue la historia de la bisabuela Antonia que me enseño, que una misma historia puede haberse vivido de formas muy distintas y que especialmente en las guerras del mundo las historias de las víctimas también tienen derecho a ser escuchadas. Fue por aquellos años que nació en mí el deseo de algún día escribir una de ellas.

La historia de mi abuela colombiana me despertó a mi pasado en el anden del tren hace tres años aquí en Alemania. Tenía tantos recuerdos en la mente, tantas historias que había oído desde pequeña, que en las largas o cortas esperas del tren las repasaba, las escribía y me hacía muchas preguntas. Había apenas llegado a Alemania como inmigrante y tal vez tenía que estar lejos de mi gente y mis raíces, para poder sentarme a pensar en ellos.

Fue entonces que empecé a investigar no solo la historia de la abuela, sino la historia de Colombia, de los que vivieron los campesinos de esa época, de mi familia y muchas de las víctimas de por aquellos años. De alguna forma quería respuestas a mis porqués.

La fuerza interna de esta historia salió lentamente, así como nacen las flores que requieren agua. Muchas de mis lluvias fueron promesas hechas a mis amigas artistas, otras fueron regalos como una pluma antigua en Praga, tinta negra, una conversación en un café, papel para escribir, una visita a Wittenberg el pueblo de Lutero, todas ellas símbolos que tuvieron mucho significado en el momento perfecto. Fue así que la historia fue concebida lentamente hasta que explotó. Compartí parte de mi manuscrito con una amiga reportera en Alemania que me dio muy buenas correcciones. Pero la mejor edición vino de Natalia Garzon, editora de Calixta, la editorial que al final le dio hogar a este libro.

Mientras escribía me di cuenta que la idea del perdón retomo una fuerza que no esperaba encontrar en las paginas de este libro, así como la fuerza espiritual que el corazón humano requiere para llegar a el. Ana el personaje central al final terminó representando a las madres colombianas, las luchadoras, las que se arremangaron las mangas cuando quedaban viudas para sacar a los hijos adelante, para luchar por una generación de huérfanos. También representa a las hijas, las madres o las abuelas que perdieron hijos, esposos, padres o nietos en las guerras de Colombia.

Cuando terminé de escribir “Todavía vives dentro” me di cuenta que este libro terminó siendo no la historia de mi abuela, ni de mi familia, sino la historia de muchos otros colombianos que vivieron por aquellos años. Es por esto que el libro es una novela histórica. No todo lo que escribo le sucedió a mi familia, pero si le sucedió a muchas personas en Colombia. Por eso quiero dedicar estas hojas a todos los valientes en Colombia, la hermosa tierra verde de las mariposas. Estos que saben que se requiere más valor para perdonar que para tomar un arma.

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